Pocos oficios tan arriesgados, sacrificados y mal pagados. No es ningún secreto que la agricultura no atraviesa su mejor momento. Justo antes de que el coronavirus se hiciese omnipresente y dejase el futuro en una especie de limbo suspendido, los tractores salían a la calle para denunciar que trabajar el campo no compensa. En pocas palabras: no es rentable.
Los precios en origen, es decir, lo que reciben agricultores y agricultoras por su trabajo, han bajado tanto que no cubren ni los gastos de producción. Es decir, se da la triste paradoja de verse obligado a vender “a perdidas”. Las causas son variadas, pero queremos incidir en dos sobre las que tú puedes hacer algo.
La primera, los acuerdos comerciales con terceros países que hacen que consumamos, por ejemplo, naranjas procedentes de Sudáfrica, Brasil u otro lugar bien lejano muchas veces sin saberlo.
La segunda, la presión que ejercen las grandes cadenas de supermercados que compran a los productores locales a la baja para vender lo más barato posible al público y, aun así, seguir teniendo beneficios.
Comprar local, de proximidad y temporada es una manera de romper esta cadena y también de dignificar una profesión tradicionalmente rural que poco a poco se va perdiendo. ¿Sabías que apenas el 8% de las explotaciones agrarias en España tienen al frente personas menores de 40 años? ¿Y que en esta década seis de cada diez agricultores entrarán en la edad de jubilación? ¿O que en 2010, sólo una de cada tres personas empleadas en la agricultura en Europa tenía menos de 40 años?
Por eso, visto el panorama, que tres jóvenes urbanitas se animen a sacar adelante un proyecto de agroecología en una parcela de 6.000 metros cuadrados cedida por el Ayuntamiento de Patones es una gran noticia. No solo por lo que significa para su futuro, sino por lo que significa para el futuro de la Sierra Norte de Madrid.
Detrás de ‘La Huerta de los Tres’ en Patones – tienen nombre de hazaña, ¿verdad?-, están Linda, Fernando y Pilar. Estrenaron el año cultivando ajos y patatas. Han ido ampliando su producción hortícola y ahora tienen además maíz, calabaza, melón, judía, cebolla, remolacha y lechuga. A continuación, el resto de su historia.
¿Quiénes formáis ‘La Huerta de los Tres’?
“Una administrativa y dos agricultores ilusionados con la tierra. Nos conocimos en Torremocha de Jarama en el transcurso de Simbiosis, una iniciativa formativa para dinamizar y revalorizar el medio rural, crear redes de trabajo y fomentar el emprendimiento y el autoempleo apícola y agrícola en un contexto sensible de desarrollo rural. Durante cinco meses, contamos con productores locales profesionales como tutores. Pudimos observar y participar de cerca en sus actividades, tanto apícolas cómo agrícolas y tener así una visión más cercana y realista de sus diferentes trabajos, necesidades y retos. El trabajo en red dio como resultado la asociación entre los participantes y la creación de diferentes proyectos, como el nuestro, en los que prima la ilusión por tener una vida mejor en el medio rural, más cerca de la tierra, de las necesidades del entorno y las personas”.
¿En qué consiste vuestro proyecto?
“Gestionamos y trabajamos una parcela agrícola de unos 6.000 metros cuadrados que nos ha cedido el Ayuntamiento de Patones, una de las administraciones locales colaboradoras en Simbiosis. Dadas las dificultades de comenzar a emprender de manera individual, nos propusimos trabajar en colectivo y, así los tres juntos, compartir sueños y esperanza. Actualmente tenemos cultivados ajos y patatas como cultivos principales y algunos secundarios como maíz, calabaza, melón, judía, cebolla, remolacha y lechuga. Todo un reto por delante”.
¿Cómo lo hacéis?
“Nuestra filosofía de trabajo es cultivar la tierra de la forma más respetuosa con el entorno rigiéndonos por una producción agroecológica. Queremos ofrecer un suministro de alimentos de temporada, frescos y de calidad para reactivar la economía y el comercio local, además de favorecer la venta directa que influye directamente en los productores. De esta forma, nos planteamos poder llegar a vivir dignamente del campo”.
¿Cómo están siendo los inicios?
“Aunque mentalmente lo teníamos interiorizado, hemos confirmado que el trabajo en colectivo es esencial y nos aporta grandes satisfacciones. En momentos clave tuvimos que pedir ayuda a amigos, familia y compañeros del mismo sector agrícola. Junto a ellos nos sentimos más encaminados y con más fuerza para seguir luchando por producir alimentos ricos, saludables y de cercanía”.
«Sonreímos tímidamente cuando un niño de Patones nos preguntó por qué teníamos dos trabajos… Así es la realidad»
¿A qué retos os enfrentáis?
“Los tres somos urbanitas y perseguimos fijar población en el medio rural, aunque de momento solo uno lo ha conseguido. Estos últimos meses nos enfrentamos a retos de movilidad, parálisis de prácticamente cualquier actividad que hubiera podido facilitarnos la organización y planificación de toda nuestra actividad. Ser flexibles y adaptarnos a los cambios en el camino ha sido y sigue estando el orden del día. La cuestión económica es un factor que nos limita la inversión en maquinaria e infraestructuras”.
¿Cómo veis vuestro futuro?
“Tenemos la esperanza de que la huerta sea nuestra actividad económica principal, pero hasta entonces nos vemos obligados a compaginar la huerta con un contrato de trabajo que, por otra parte, en el entorno rural constituye un gran reto conseguirlo. Sonreímos tímidamente cuando un niño de Patones nos preguntó por qué teníamos dos trabajos… Así es la realidad, uno para pagar facturas y otro para cumplir nuestros sueños de emprendimiento”.
“Sin agua, no hay vida ni comida”
Uno de los obstáculos a los que se están enfrentando actualmente estos jóvenes agricultores es el acceso al agua para regadío del antiguo Canal de Cabarrús. Su huerta pertenece, junto a otras de autoconsumo y pequeñas producciones, a la Comunidad de Regantes de Patones.
La Confederación Hidrográfica del Tajo y el Canal Isabel II son los encargados de gestionar una concesión que, como bien explican desde la Asociación CSA Vega de Jarama, caducó en 2018. Desde ese año, el agua que da vida a los cultivos no está asegurada. “Si los trámites administrativos se gestionan adecuadamente y a tiempo, de mayo a septiembre podemos regar dos veces a la semana, pero cada año hay que solicitar la bajada del agua por el canal, el trámite administrativo no es fácil y provoca muchas tensiones”, nos cuentan.
No pueden esperar a que el agua corra para preparar el terreno, una labor imprescindible y dura, por lo que este año se han enfrentado a la incertidumbre de no saber si iban a perder su producción por falta de riego. “Lo hemos padecido en nuestras propias fuerzas. Por eso es necesario que la prórroga de la concesión se haga efectiva ya que sin agua las huertas de la zona no existirían. Sin agua no hay vida ni comida”, subrayan.
Siempre con ánimo y buena disposición, Linda, Fernando y Pilar están aprendiendo a regar por inundación, uno de los métodos más tradicionales y poco tecnificados: “El riego por inundación es un arte. Crear surcos en la tierra para facilitar el paso del agua y leer la inclinación del terreno no es nada fácil. Contamos con la ayuda incondicional de los padrinos del pueblo, con huertas en la zona, que se vuelcan con nosotros cada vez que necesitamos algo. Son nuestros maestros”.